Bueno, siéntanse libres de publicar sus ensayos. No importa el tema.
Empezaré con uno pequeño que escribí hace unos días:
Una fiel consejera: Ensayo sobre la trascendencia.
Sí tenemos energía ¿por qué la desperdiciamos? Sabemos que somos capaces de lograr cosas inimaginables pero no hacemos nada al respecto. ¿Por qué? ¿Le tenemos miedo a lo desconocido? Por supuesto que si. Es el gran temor que ha sentido el hombre desde tiempos remotos. Pero, al adentrarse uno a lo desconocido, se convierte en novedoso. Y si no me equivoco, nos mueve lo novedoso.
¨Pienso, luego existo…¨ ¡Ni madres! ¡Actúo, pienso y existo a la vez! Solo así se alcanza la trascendencia. Aquella libertad que anhelamos, será alcanzada siempre y cuando luchemos por ella. ¿Esperar a que actúen los demás para luchar por algo? Eso, aparte de ser mediocridad, no tiene sentido si nos referimos a la naturaleza del ser humano. Sólo sobrevive el más fuerte y el más apto. De la semilla crece el árbol, no del discurso bonito…
Se conoce un medio bastante eficaz para lograr despertar del sueño eterno de la esclavitud de nuestra esencia. Se llama muerte. Ese concepto que se entiende como el fin de una vida puede hacer cosas asombrosas en nuestra conciencia. Se aconseja pensar en ella para dar todo lo que tiene uno a su disposición: creatividad, imaginación, esfuerzo, felicidad, amor, odio, etc. El espíritu se puede nutrir de la razón y de la vida, como de la experiencia empírica y de la muerte. Se reconoce que en la naturaleza existe la dualidad. Entonces sería adecuado vivir para morir y morir para vivir.
La muerte siempre está dispuesta a oírte y a acompañarte. No importa que pienses, que comas, que sientas. Ella no es selectiva. Es neutra y justa, por lo cual no le importa la verdad o la mentira.
9 de septiembre del 2007
Emiliano Mendoza Lavaniegos
